jueves, 28 de junio de 2007

Humberto Ríos Cine militante


Intervención de Humberto Ríos, nacido en Argentina, pintor, escenógrafo, fotógrafo y realizador de documentales y de cintas de ficción. Ha participado en múltiples festivales y ha obtenido diversas distinciones.


Buenas noches. Con respecto a esto que estamos tratando, yo he llegado ya a un momento en el cual pienso que debo mirar atrás y recorrer con la memoria todo mi pasado que tiene que ver mucho con los movimientos sociales de Argentina y América Latina, e inclusive con un movimiento político- militar en Francia.
Muchas veces he pensado si en realidad yo era una persona dedicada o con vocación de documentalista, en función de que yo tenía un don algo así como llegado no sé de donde, para hacer cine documental, sobre todo político.
Me doy cuenta que fue la realidad la que me impuso el oficio de cineasta. Yo me fui a Francia con la idea de seguir trabajando en la pintura y escenografía y es allá que cae en mis manos una foto de un documental argentino de Fernando Birri que me fascinó. Tuvo la virtud esa foto de conectarme con una persona que a su vez me llevó a estudiar cine en Francia en el IDHEC, donde conocí a Manuel Michel, mexicano, a Salvador Elizondo, mexicano; a Costa Gavras y a muchos más que me obligaron a pensar en un cine determinado que tiene que ver con un cine de moda, del momento. El nuevo cine francés que rompía con las tradiciones del cine de papá, del cine bonito de Francia.
Conocí en ese momento a Nicolás Guillén, ustedes sabrán quien es. En el cine que quedaba frente del hotel donde se hospedaba, veíamos las películas de Luis Buñuel que para mi eran melodramas simplemente y él me enseñó a ver las películas de Buñuel, todo lo que había por debajo de las imágenes. A su vez, compañeros de la escuela de cine me obligaron a discutir sobre un tipo de cine que yo totalmente desconocía, hablo de Truffaut, de Rivette, de Alain Resnais. Solían discutir a la salida de la cinemateca, de cine, entre ellos hablaban de Chaplin, que para mi era solamente un payaso, un cómico.
Empecé a descubrir lentamente que debajo de la estructura visual, debajo de esa carpa cómica, había una humanidad no descubierta por mí pero sí esta vez, alertada por la presencia de gente que me enseñaba a ver y analizar.
Paralelamente ocurría en Francia la guerra de Argelia. En el IDHEC se formó una pequeña célula de estudiantes comprometidos con la independencia de Argelia que me arrastraron y yo inocentemente ingresé al grupo que tenía como tarea reunir fondos para después depositarlos en una red que enviaba el dinero a Suiza y después a Argelia. Primer compromiso político donde casi inocentemente me vi embarcado. La célula cayó. Los compañeros fueron presos y yo me escondí. Primera vez que sentía la persecución en mis talones por algo que a mí no me tocaba de cerca. Pero viendo las imágenes de un libro con algunas fotografías de las torturas del ejercito francés en Argelia pensé, esto hay que mostrarlo, hay que darlo a conocer más allá de la publicación clandestina. No pude hacerlo porque la búsqueda de mis compañeros me obligó a refugiarme en casa de otros amigos.
El director de la escuela, un francés que había estado al mando de la policía durante la ocupación alemana, tuvo por mí cierta simpatía y me sentí muy extraño con esa simpatía, porque me mandó llamar para ofrecerme un trabajo. Yo había estudiado la línea de camarógrafo y director en el IDEHC. El trabajo consistía en ser fotógrafo bien pagado con cuenta en banco, alojamiento, viáticos, es decir tocando el cielo. Yo vivía con 30 mil francos y ellos me ofrecían cerca de 150 mil francos mensuales. ¿Qué tenía que hacer? Ser camarógrafo de las fuerzas armadas francesas en Argelia. Así como ustedes se rieron, a mí se me atragantaba la sangre en la garganta.
Empecé a tener sentido de un compromiso que yo había asumido simplemente por generosidad con mis compañeros y de pronto, se convertía en un compromiso de vida. En estos momentos estaba en París una directora de televisión argentina, María Avellaneda. Le conté la historia. Me dijo -No te aflijas, te hago una carta con un sello del Canal 7 de Buenos Aires diciendo que te contrato-. La hizo. Fui a ver al director y le mostré la carta y me fui rápidamente, llegando a Buenos Aires el 25 de mayo de 1960. Esto es el día de las fiestas patrias de Argentina.
¿Cómo ingresé al cine político? Por una vía muy extraña. Primero tenía esa experiencia de Francia y la guerra con Argelia, la de la persecución política, la persecución policial. Sentía que algo estaba pasando en el mundo y no podíamos estar ajenos. El primer documental que hice apenas llegué en 1960, fue un documental basado en una idea que me traía golpeando en la cabeza sobre los campos de concentración, que dura 20 minutos, se llama «Faena». La metáfora que utilicé para hablar de eso, de ese momento tan espantoso, fue la de hacer un documental sobre un matadero donde se matan los toros y las vacas que alimentan a la ciudad. El mundo concentracional y el de la violencia, ese fue el reflejo con el cual yo trabajé lo que sería hasta hoy un clásico del cine documental argentino «Faena».
Había empleado la metáfora como forma de llegar, un lenguaje no muy claro, no muy preciso, no demasiado abierto; pero sí la metáfora golpeó mucho, porque de todas maneras, el documental golpeó y pegó y hoy todavía lo estudian los alumnos de las escuelas de cine; era la primera vez que un documental tocaba temas trascendentes, hasta el momento los documentales hablaban de puertas, de tranvías, de ruedas, nubes, arbolitos, papalotes y no había nada. Esto fue mi primer compromiso fuerte que tuve con la realidad.
El segundo fue cuando, trabajando con Solanas, Fernando Solanas, el que hizo «La hora de los hornos», decidió filmar y dejarme a mí a cargo de su empresa. Era una empresa de publicidad; y esto viene al cuento con respecto al hecho de cómo financiar al cine político. Pensamos que la publicidad podría brindarnos los fondos necesarios para poder hacer el cine que nos interesaba, que nos permitiría ser libres, porque no dependíamos de un productor ni del estado ni de nadie. Nuestros fondos que habían sido ganados por la publicidad, se volcaron a financiar «La hora de los hornos» y otras películas. Así podíamos ser totalmente libres y lo fuimos. Pudimos seguir haciendo documentales con esta fórmula. Hacer publicidad, sacar dinero y destinarlo al cine político. Ganábamos la libertad absoluta en cuanto a nuestro material y no sufríamos de ninguna censura o de ningún control.
Esa experiencia la quisimos trasladar a varios lugares y se dio efectivamente como una escuela. De pronto en Brasil se empezó ha trabajar en publicidad y destinar los fondos para el cine político. Yo hice con este sistema un largometraje en Chile que representó a Argentina y a Chile en el Festival de Berlín. Inmediatamente empecé a sentir el compromiso con un tipo de cine mucho más fuerte que el que se imponía en esos momentos.
Ya había sucedido el Primer Festival de Viña del Mar, y en el segundo, yo descubrí el cine político por excelencia. Porque era la primera vez que nos juntábamos los cineastas latinoamericanos, que nos conocíamos de nombre. Pudimos reconocer la geografía política de nuestro continente, la geografía humana de todos nuestros compañeros y empezó un movimiento global en América Latina que generó un movimiento muy amplio que se llamó «Nuevo Cine Latinoamericano». Nació de esa presencia masiva de cineastas deseosos de hacer algo comprometido con la realidad acuciante. Había mucha pobreza, humillación; había mucha enajenación y había documentalistas deseosos de poder expresarlo. No había canales para poder expresarlo, no había forma de producirlos. Con la forma de trabajar y extraer de los lugares donde hay dinero, éramos publicistas y la ganancia se revertía en trabajos que eran de compromisos personales. Así pudimos hacer todo un movimiento que se extendió durante mucho tiempo por América Latina.
Eso nos obligaba a algo muy imperioso. Habíamos jugado con el compromiso político y eso nos obligaba a comprometernos cada vez más. Al punto de que algunos compañeros que pertenecían a fuerzas revolucionarias armadas trabajaban con un seudónimo, porque estaban dentro de los movimientos armados. El caso de Raimundo Gleizer, que fue mi alumno en la Escuela de Cine de la Plata. Realizó varios documentales, entre ellos uno que se llamó «México, la revolución congelada». Ese material le dio vuelta al mundo entero y a su vez le permitió tener la oportunidad de adquirir fondos para hacer su obra: «Los Traidores» sobre la historia política sindical de Argentina. Eso le costó mucho a él.
A partir de los movimientos políticos de América Latina y sobre todo de Argentina, hablo del 69 y del 70, los cineastas que estabamos trabajando en esa línea política nos íbamos comprometiendo cada vez más a pesar nuestro, inclusive. A pesar de que no queríamos hacerlo. Había riesgos muy serios, a punto de que uno de los más serios, fue el secuestro y muerte de Raimundo Gleizer. Días antes del secuestro, yo lo veo en un laboratorio. El me comenta que va a permanecer firme en la tarea de difundir materiales comprometidos. Yo le advierto que le convenía hacerlo más desde afuera que desde dentro. El se rehusa y cuando me toca ir a la gira por Europa, porque tenía que hacerlo, a mi regreso ya lo habían secuestrado. Nunca más apareció. Nunca más se supo de él, nunca se pudo encontrar, ni su tumba, ni su cadáver.
Pero el momento de compromiso político intenso que pudimos marcar en Argentina, quedó para siempre. Los jóvenes lo recuerdan y quieren volver a reeditar un poco esa aventura que fue el cine político, el cine militante. No sé si hoy se podrá hacerlo. Yo ahora revisando mi pasado, revisando mi trayectoria, estoy en un proyecto que es el de hacer un tipo de cine que permita revisar toda esa historia a través de un personaje que falleció no hace mucho tiempo; Alejandro Palero que fue animador, productor de un tipo de cine muy comprometido; motor de muchas producciones en muchos países, de Sanjinés en Bolivia, de Glauber Rocha y Ruy Guerra en Brasil, de Littin en Chile y de mucha otra gente.
Trato de revisar un poco el pasado de nuestro cine y de nuestro compromiso, porque tengo la impresión de que hay un olvido casi irremediable y doloroso de un pasado que fue duro, en el cual peleamos por una utopía y era realmente una utopía, pero que nos permitía vivir con dignidad, sentirnos que pertenecíamos a la raza humana y no éramos simplemente números. Que podíamos decir, golpear, cantar, enojarnos y llorar, y cada vez que nos encontramos algunos de los amigos que todavía quedan en América Latina, recordamos esos momentos como los más ricos de nuestra historia. Nuestro compromiso fue con la vida absolutamente digna, absolutamente hermosa y violenta.
Hoy ya pasó el tiempo, hoy estoy en una etapa como dice la canción «en tiempo de reposo» y miro hacia atrás y digo -«Esa historia hay que contarla, hay que decirla, hay que hacer una película». Estoy en ese proyecto. Tratar de hacer un film que recorra América Latina desde los años sesenta hasta hoy para recordar a través de la figura de Palero. Contar qué fue ese cine, un cine que no tenía ambición de proyección comercial, que no tenía ambición de pasar por la televisión, que no tenía ninguna otra misión más que servir, de ser útil; de ser una herramienta de trabajo y de conciencia. Bueno estoy en eso. Espero, no se si este año que viene o el otro, espero que la parca no me lleve a destiempo y me permita llegar con un documento que podría ser un testamento del cine latinoamericano. Muchas gracias.

miércoles, 27 de junio de 2007

El compañero lleva la cámara (II)


El compañero que lleva la cámara (y II)

1983 –1992: El documental de autor

Luego del vacío producido durante la dictadura militar y los años de terrorismo de Estado, durante los años ochenta y hasta mediados de los años noventa, encontramos un lento resurgimiento del género documental social y político.
Como ya señalamos anteriormente, Carlos Echeverría, Marcelo Céspedes, Carmen Guarini, Tristán Bauer, Andrés Di Tella y Fernández Mouján, fueron algunos de los documentalistas que se destacaron en este período. La vocación de estos realizadores por el cine documental estaba marcada fuertemente por su formación política. Para la mayoría de ellos se trataba de expresar su ideología a través de las imágenes. En alguna medida era como cambiar una militancia, exclusivamente política, en una suerte de militancia cultural dentro del cine. Sin embargo, el género documental ocupaba un lugar marginal en la producción cinematográfica nacional. "Yo lo ligo fundamentalmente a que para los sectores dominantes el documental siempre es más peligroso desde el punto de vista político. Aún cuando una ficción haya tratado un tema político, tenía más consenso. Lo que recuerdo de esa época es que había muy pocos documentales y casi todos trataban la historia anterior e inmediata, que es la dictadura y la represión", comenta sobre esa época el documentalista Carlos Echeverría.
En ese entonces, Marcelo Céspedes, junto con Tristán Bauer, Tito Giudici y Silvia Chanvillard conforman un colectivo de trabajo que se denominó Grupo Cine Testimonio. Su nombre no es casual, ya que, en un principio, la motivación principal de estos realizadores era testimoniar, documentar, darle voz a los que no la tenían. Mientras más fuerte fuera el testimonio, más valor se le concedía a la obra. No importaba cómo lo dijeran, si frente a la cámara, caminando, en foco o fuera de foco, o si el sonido se escuchaba bien o no. Todo era permitido en función del valor del contenido. El interés estaba puesto en hablar de una Argentina que no se mostraba, y buscar espacios alternativos, encontrar una vía para decir que existía un cine de fuerte contenido social. Era un cine determinado por una necesidad de combatir, de denunciar la realidad social y política de aquella época.
Sin embargo para la mayoría de estos realizadores, que aún hoy continúan desarrollando proyectos de carácter documental, los tiempos han cambiado. Según Céspedes, «hay otras inquietudes, existen otros parámetros para evaluar los hechos, las cosas se ven de otra manera. Al mismo tiempo siguen existiendo los mismos problemas, el hambre, el desempleo, la desigualdad, las mismas injusticias, pero hoy la simple denuncia y el testimonio son insuficientes. Es necesario una visión más compleja, más rica, con más matices. No todo es blanco o negro: no se trata sólo del capitalista y el proletariado. Se necesita una mirada humanista, un mensaje universal» (Toledo, 1995: 36).
A partir de la década del noventa, el cine documental argentino y latinoamericano ha evolucionado, se ha transformado desde el punto de vista conceptual, del lenguaje formal. Ha cambiado el enfoque de los temas, que ya no es tan cerrado. Hay matices, mensajes abiertos, se trabaja a un nivel más sugerente, se subrayan ciertas claves que provocan la participación del espectador. Es en esta época cuando se empieza a dar preponderancia a lo que se ha llamado el documental de creación, cuando se descubre que no hay una frontera tan rígida entre el documental y la ficción, que no están tan separadas sino que se complementan.
Si bien muchos de estos realizadores reconocen la importancia política, social y testimonial de los documentales de tipo didáctico, de neto corte militante, (como los que realizan los grupos que cobraron relevancia en los últimos años), también señalan al mismo tiempo que no es eso lo que a ellos les interesa realizar. Por lo que puede afirmarse que, si bien sus propias películas tienen elementos en común con este tipo de cine, al mismo tiempo se alejan de él.
1992 en adelante: Los grupos de hoy y los referentes de ayer
Durante los años noventa crece el interés por el cine documental, y en paralelo con el documental de autor, comienzan a formarse grupos de cine social y político, de trabajo colectivo, con características similares a los grupos de los años sesenta y setenta. Tomamos el surgimiento del grupo Boedo Films, (en el año 1992), como punto de partida de esta etapa. Si bien muchos de los integrantes de los distintos grupos habían hecho sus primeras armas en el período anterior, es en estos años cuando se consolidan los primeros colectivos de cine social y político.
La mayoría de los grupos que surgen en esta etapa se consideran fundamentalmente herederos y continuadores de Cine de la Base (y en menor medida también de Cine Liberación), en cuanto a la metodología de producción y los modos de exhibición alternativos orientados a la consecución de objetivos de transformación política y social. Con distintos matices, el carácter militante de estos grupos vuelve a predominar por sobre lo estrictamente cinematográfico.
Principales características
Los grupos de cine social y político tienen un modo de funcionamiento que los distingue de las productoras de cine comercial, las cuales mantienen una división de tareas más definidas, en las distintas etapas de la producción. En cambio observamos, en general, una tendencia a la circulación de cada uno de los integrantes de los grupos por las distintas áreas: cámara, producción y montaje o edición, principalmente.
El modo de funcionamiento se basa en un proceso de toma de decisiones colectivo, de carácter "asambleario". Existe un acuerdo político, antes que uno estético. A partir de las coincidencias ideológicas entre los integrantes se constituye un criterio homogéneo. Es decir que asumen la producción audiovisual desde una óptica militante. En lo que se refiere al sostenimiento económico, se financian con los aportes de sus integrantes y con la venta de sus películas. Algunos aceptan financiamiento por parte del Estado, de instituciones, o de fundaciones privadas, pero otros la rechazan, dependiendo de la orientación ideológica del grupo.
En lo que respecta a sus objetivos, lo político predomina sobre lo estético. Se busca contribuir a un cambio de conciencia en el espectador, difundir una lucha o mostrar otro punto de vista sobre un aspecto de la misma, desde el interior de las organizaciones o de los movimientos sociales y políticos. Sus películas funcionan como denuncia, memoria y registro de las actividades y de las luchas de los movimientos sociales. Abarcan temáticas diversas, vinculadas a problemáticas sobre los derechos humanos, la cultura popular, la lucha de clases, etc.
En cuanto a los destinatarios de sus productos, existe un primer radio de difusión relacionado con los protagonistas de éstos, que son los sectores populares, entre los que podemos mencionar a piqueteros, militantes, participantes de asambleas populares, etc. Además, buscan alcanzar otros sectores, como por ejemplo los estudiantes, aquellos que se solidarizan con las luchas sociales y la clase media en general.
En cuanto a la exhibición, consideran que la película no está terminada sino hasta el momento en que es vista por el espectador en la situación de exhibición, a partir de la cual se genera la posibilidad de debatir y de reflexionar sobre la misma. Las prácticas de exhibición se constituyen como alternativas a la comercial, mediante la formación de redes solidarias y horizontales de difusión y de recepción de sus productos audiovisuales. En general, el primer lugar de proyección es el mismo en el que se registran las imágenes, y los actores de sus películas son los primeros espectadores.
Los ámbitos de mayor difusión son los circuitos alternativos no comerciales, ligados a los movimientos sociales y organizaciones populares, como por ejemplo asambleas, piquetes, fábricas, centros culturales y foros sociales. Los primeros interesados son los protagonistas de las películas y de las luchas sociales que éstas narran; los integrantes de movimientos y organizaciones populares; los militantes políticos y sociales, pertenecientes o no a partidos políticos. Ciertos grupos han estrenado comercialmente algunos de sus trabajos. Existe además otro tipo de difusión más institucionalizada centrada en festivales nacionales e internacionales. Finalmente, sus películas se difunden en el ámbito privado, a través de personas que compran e intercambian materiales de estos grupos.
Al presentar una mirada diferente sobre algunos aspectos de la realidad que elaboran los medios masivos de comunicación, o que no son tratados por ellos, los grupos construyen un discurso contrainformativo a partir de sus materiales audiovisuales. Se proponen desarrollar proyectos de comunicación antagónica y alternativa, al margen del control político e informativo que ejercen los medios de comunicación, asociados a una situación de poder e intereses económicos. Sus materiales se utilizan además como un elemento de comunicación dentro de los propios movimientos, a partir de los cuales buscan originar una reflexión interna, además de establecer una red informativa con otros sectores, movimientos u organizaciones en lucha.
En cuanto a la relación de los grupos de cine militante actuales con los de los años setenta, existe una identificación y una reivindicación del trabajo militante y político desarrollado principalmente por Raymundo Gleyzer y su grupo Cine de la Base. Fernando Solanas, con su grupo Cine Liberación, y Fernando Birri, con la Escuela Documental de Santa Fe, son también tomados como referentes por algunos integrantes de los grupos actuales. Las experiencias de los grupos de ayer y de hoy tienen en común la búsqueda de un objetivo político y la generación de una conciencia para el cambio social. Existen también similitudes en los modos de producción y de difusión alternativa de sus películas.
Sin embargo, pese a que en la actualidad la censura económica sigue vigente, la censura política de los años setenta, (que llevó a varios de estos documentalistas a la clandestinidad), marca una diferencia importante en el proceder de estos grupos en las distintas épocas. Otra diferencia relevante es que tanto Gleyzer como Solanas trabajaron con el apoyo de una estructura política; los grupos actuales, en cambio, carecen de una estructura partidaria orgánica, con la excepción de grupos como Ojo Obrero , que se reivindica como el brazo audiovisual del Partido Obrero. En el caso de otros grupos, existen acuerdos con movimientos políticos, sin llegar a pertenecer a los mismos. Por ejemplo, el grupo Alavío que se vinculó con el MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados) de Solano, y Ojo Izquierdo , relacionado con el MTD de Neuquén. Otros prefieren no hacer explícita su pertenencia a un partido político, pese a lo cual el vínculo existe, como es el caso de Contraimagen con el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo). La última diferencia importante es que, en la actualidad, los avances técnicos, encabezados por la introducción del video y de la edición digital, permiten facilidades relativas a la hora de la producción.
Esta primeras observaciones representan una aproximación a un fenómeno que es contemporáneo, que está en continua transformación y evolución. Por lo tanto, sólo pueden ser tentativas, y únicamente con el tiempo se podrá percibir la real dimensión de las producciones de estos grupos, y su contribución o no a la transformación y al cambio social.
«Ezra Pound dice una cosa hermosa, que cuenta una poesía de Walt Whitman. Le recita un poema, Pound a Whitman, le dice: "maestro, tú cortaste el tronco, déjanos ahora tallar la leña".» Fernando Birri.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Solanas Fernando (1995): "La hora de los hornos: viaje histórico del cine argentino", en Así de simple 1 , Santa Fe de Bogotá, Editorial Voluntad S.A.
- Fernando Martín Peña y Vallina Carlos (2000): El Cine Quema: Raymundo Gleyzer , Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
- Birri, Fernando (1964): La escuela documental de Santa Fe , Santa Fe, UNL.
- Getino Octavio y Velleggia Susana (2002): El cine de las historias de la revolución , Buenos Aires, Grupo Editor Altamira.
- Toledo Teresa (comp.), (1995): Cine-Ojo el documental como creación , Valencia, (España), Filmoteca de la Generalitat Valenciana , Filmoteca Española, Universidad del Cine, Buenos Aires.

El compañero lleva la cámara (I)


El compañero que lleva la cámara (I)

Todo cine es político. Pero hay un tipo de cine que además de político es militante: aquel que hace explícito sus objetivos de contrainformación, cambio social y toma de conciencia.
En la Argentina, los grupos documentalistas que se interesan en fenómenos sociales y procesos de lucha se han multiplicado, y han cobrando fuerza los que ya existían, a partir del estallido de diciembre de 2001. La crisis potenció el documental social, cuando el neoliberalismo se reveló como tal, cuando mostró su rostro y surgieron en consecuencia los movimientos sociales de resistencia popular. Inspiró además el surgimiento de una cantidad de micro-movimientos de realizadores, algunos de ellos independientes y otros como apéndices de partidos políticos de izquierda. La oferta y demanda de documentales creció en los meses siguientes a la caída del gobierno de Fernando De La Rúa, para ir mermando al ritmo de la normalización institucional, pero dejando una experiencia importante en la producción y la distribución alternativa de textos audiovisuales, así como un interesante corpus de estos materiales, algunos de los cuales continúan recorriendo festivales internacionales.
¿Qué importancia tienen estos grupos de cine? Por un lado la cantidad y la calidad de películas que dejan, que muchas veces se constituyen como el único registro audiovisual existente desde una mirada alternativa o antagónica sobre momentos históricos y procesos de lucha que han tenido y tienen lugar en la Argentina. Por otra parte, los mismos modos de producción, distribución y circulación alternativos de los materiales de estos colectivos, que se realizan por fuera de la exhibición comercial tradicional y de los parámetros cinematográficos industriales, constituyen un área de sumo interés. Además, como dice Fernando Birri, una de las condiciones del presente es su estado extremo de necesidad.
Algunos de los grupos que trabajan fundamentalmente en el área de influencia de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, son: Cine Insurgente, Boedo Films, Ojo Obrero, Contraimagen, Alavío, Primero de Mayo, Mascaró Cine Americano y Kino Nuestra Lucha . También existen colectivos en el interior del país, como por ejemplo Ojo Izquierdo, de la provincia de Neuquén, y Santa Fe Documenta, de la provincia de Santa Fe.
Los piquetes y cortes de ruta, las asambleas populares, las cooperativas obreras, las fábricas recuperadas, y los distintos tipos de protestas sociales son las experiencias a las que estos grupos apuntan sus cámaras. Algunos incluso enmarcan su trabajo bajo la denominación de "cine piquetero", como por ejemplo Ojo Obrero, que sostiene que "piquetero" es sinónimo de "militante", ellos se consideran parte del fenómeno como "piqueteros de la cultura". Pero otros, como Cine Insurgente y Boedo Films, piensan que se denomina "cine piquetero" a aquel tipo de cinematografía que cuenta la realidad del movimiento piquetero, poniendo las cámaras desde adentro de la propia organización, que comparte determinados pensamientos e ideas comunes. Sin embargo, no consideran que el cine piquetero sea un género propiamente dicho, porque no está hecho por los mismos piqueteros. Por nuestra parte, creemos que se llama erróneamente "piquetero" a un conjunto amplio de películas que forman parte del cine militante contemporáneo argentino, ya que existe una distancia entre el movimiento piquetero y las representaciones que los grupos realizan sobre el mismo.
Si bien el estallido de 2001 les dio un importante impulso, la tradición documental social en la Argentina no es nueva, y tampoco lo es el modo de funcionamiento de estos tipos de grupos. Es decir, no nacieron de un repollo ni huérfanos de historia: Cine Liberación, el grupo que integraron Fernando "Pino" Solanas y Octavio Getino (ligado al peronismo de izquierda), y Cine de la Base, encabezado por Raymundo Gleyzer (miembro del Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo, de tendencia marxista), son los antecedentes más inmediatos de trabajo colectivo en documentales políticos en la Argentina. Terminadas estas experiencias, ya sea por considerarlas agotadas sus integrantes, o por el terrorismo de Estado de la dictadura, quedó un vacío de varios años en esta materia. En los años ochenta y hasta mediados de los noventa, encontramos un lento regreso hacia el género documental social y político. En este período, excepto por algunos realizadores que trabajan en condiciones precarias, sin ningún tipo de apoyo oficial, (y que necesitan por lo tanto recurrir al financiamiento externo para realizar sus películas, sin posibilidades de poder exhibirlas por canales comerciales), el documental social y político ocupa un lugar eminentemente marginal dentro de la producción cinematográfica Argentina. Pese a lo cual, en esta época podemos destacar el trabajo constante de algunos realizadores: Carlos Echeverría, Marcelo Céspedes, Carmen Guarini, Tristán Bauer, Andrés Di Tella y Fernández Mouján, entre otros. Existe, por parte de estos realizadores, una voluntad de expresar el discurso en un determinado contexto estético, y eso es justamente lo que los aleja del cine didáctico, puramente testimonial. Es lo que distingue a este grupo de documentalistas, y lo que a su vez los diferencia de los colectivos de cine militante contemporáneo.
Es entonces en la segunda mitad de la década del noventa y principios del 2000, el momento en el que situamos la revitalización del género documental, que coincide con la formación de grupos que utilizan al cine como herramienta militante, de difusión contrainformativa.
Antecedentes
1958-1976: Los primeros pasos - La Escuela Documental de Santa Fe
Teóricos del cine argentino, como Octavio Getino y Susana Velleggia, señalan que Fernando Birri supo conjugar la precaria tradición del cine crítico-realista argentino (José María Ferreyra, Mario Soffici, Leopoldo Torres Ríos, Hugo Del Carril) con las intenciones de los jóvenes renovadores, creando así el fundamento teórico y práctico a partir del cual sería posible un trabajo cinematográfico más politizado. Fue la creación de la Escuela Documental de Santa Fe la que posibilitó la producción del documental Tire Dié en 1958, y promovió la fundamentación teórica de los principios de la misma, la primera de este tipo en la Argentina.
Sebastían Ruso
El TUNEL
Miradas de Cine Nº 4

Según la definición de Fernando Birri «el subdesarrollo es un hecho para América Latina, la Argentina inclusive (...) Sus causas son conocidas: el colonialismo de fuera y de dentro. El cine de esos países es una parte de las características generales de esta superestructura, de esta sociedad, y la expresa con todas sus deformaciones. Ofrece una imagen falsa de esta sociedad, de este pueblo, excluye al pueblo: No ofrece ninguna imagen de este pueblo. Ofrecerla sería ya un paso positivo: la función del cine documental. ¿Y cómo podría ofrecerla? Tal como es la realidad y nada más. En ello radica la función revolucionaria del cine documental en América latina (...) Conclusión: Enfrentarse a la realidad con la cámara y documentarla, documentar el subdesarrollo. El cine que se hace cómplice del subdesarrollo es un subcine.» (Getino y Velleggia, 2002: 45).
Cine de la Base
Cine de la Base surge como grupo con Los traidores, una película de Raymundo Gleyzer de 1973. Gleyzer y su grupo formaban el brazo cinematográfico del PRT-ERP, (Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo). Habían filmado dos de sus comunicados; uno sobre el asalto al Banco Nacional del Desarrollo, y otro sobre el secuestro de un cónsul británico. Después de esos trabajos, en 1973 el grupo decide hacer una película (especialmente Gleyzer) con un alcance más amplio, en un lenguaje narrativo clásico. Raymundo Gleyzer expresaba que «el problema fundamental, cuando nosotros nos dedicamos a hacer el film, es plantearse a quién está destinado este producto... El problema reside en cómo llegar a la base y no sólo en términos teóricos, que indican siempre que hay que hacer un cine para la base, un cine para la clase, etc., sino el método concreto, la práctica que lo permita.» (Peña y Vallina, 2000: 123).
Cine de la Base proyectaba en barrios y en departamentos. En este último caso, cuando existía la posibilidad de cobrar, se proponía una colaboración voluntaria. Raymundo no tenía ningún interés en que la película se diera en una sala: tenía que ir a la base y la base no iba al cine. Al cine iba la clase media. Él quería que la película se viera en las villas, en los sindicatos, que la vieran los sectores populares.
Algunos de los grupos de exhibición, vinculados a Cine de la Base, difundían también Operación Masacre de Jorge Cedrón, pero en realidad la difusión en Cine de la Base fue mucho más limitada con respecto a la experiencia de Cine Liberación, por un problema de tiempo. El grupo surge en 1973, Los Traidores empieza a circular en ese momento, y ya prácticamente en los años 1974 y 1975 es muy difícil seguir proyectando debido a las condiciones políticas. El grupo termina dispersándose por la represión. La mayoría de sus integrantes se exilian, y Raymundo integra hoy la triste y célebre lista de desaparecidos.
Cine Liberación
Fernando Pino Solanas reseñó, hace algunos años, la historia de Cine Liberación, en un seminario realizado en San Antonio de los Baños, Cuba. En el relato recogido por la Escuela Internacional de Cine y TV, editado en Así de simple 1, Solanas dice: "un grupo de cineastas empezamos a juntarnos, motivados por la idea de hacer un cine que fuera un instrumento útil y válido para el proceso político liberador que estábamos viviendo, para la resistencia que hacíamos, pues acababa de nacer la dictadura de [Juan Carlos] Onganía, y que, al mismo tiempo, fuera un aporte a lo cinematográfico. Era importante llevar al cine el compromiso de revolucionar las formas y los lenguajes, de cuestionarlos o liberarlos. Entonces, ahí empiezan a surgir las primeras propuestas de Cine Liberación. Como vivíamos en un país de ficciones, es decir, que nos había alejado siempre de la realidad y nos había contado historias que eran una verdadera ficción, la primera necesidad que sentimos fue la de tener un contacto profundo con la realidad, redescubrirla. Así pues, la primera propuesta que surge es de tipo testimonial, y de rescatar la memoria y la realidad. Como existía censura y marginación de todo lo que fuera testimonio real del país y que negara las concepciones oficiales, optamos por el cine como arma. Cada imagen, cada fragmento de realidad era una prueba, un documento irrefutable contra las versiones que nos vendían." (Solanas, 1995: 146).
Cine Liberación se crea con La Hora de los Hornos (de Fernando Solanas y Octavio Getino). El primer manifiesto del grupo es de mayo de 1968, inmediatamente anterior al estreno del film. Allí se plantea el tema de la pseudoinformación, esto es, el grupo considera al cine como una herramienta contrainformativa.
A partir de La Hora de los Hornos empiezan a vincularse muchos cineastas al grupo, y se forman lo que se denominaba "las unidades móviles" de Cine Liberación. Si bien éstas no tenían una gran sistematicidad en cuanto a la existencia de instrumentos que midieran con precisión el grado de difusión que tenía la película, quedaron, no obstante, documentos que registran alguna reunión nacional de los grupos, es decir, cierta organización en la difusión. Y había también varios grupos que la difundían y la exhibían de forma clandestina o semiclandestina, según el período. Las unidades móviles funcionaban como grupos políticos dentro del grupo mayor en el que planificaban su actividad, (yendo en ocasiones a los lugares en los que exhibían), no en base a una planificación sistemática sino a lo que se les solicitaba desde los diferentes lugares. En muchos casos, por ejemplo, eran las agrupaciones peronistas, o los grupos estudiantiles, los que les pedían proyectar.
En 1972, momento en que empiezan a circular estos largometrajes, el grupo arma una revista, que se llama Cine y Liberación y que sale en un solo número. En agosto de ese año, el editorial de Octavio Getino plantea que, puesto que está por llegar la legalización "del pueblo", hay que pensar en la legalización del cine. En 1973, Getino entra el Ente de Calificación Cinematográfica, y ya en ese momento, junto a Solanas, están filmando sus películas de ficción para salas comerciales. Esto permite pensar en algún tipo de institucionalización de este grupo, en el sentido de que la gente vinculada al peronismo que ganó en 1973 ocupó espacios en el gobierno. Pero el fin del grupo tiene que ver también con la represión, que afecta a los principales referentes, empujándolos al exilio.

Raymundo Gleyser y el cine militante

Dossier Raymundo Gleyzer y el cine militante

Por Rongas - VideoIndy - Saturday, Jun. 15, 2002 at 6:15 PM

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Se trata de un aporte para la comprensión de nuestra historia, y para la construcción colectiva de nuestro presente. En la primer parte se encuentra una selección de fragmentos del libro ‘El cine quema’ que reconstruye la biografía de Raymundo Gleyzer a partir de testimonios de sus familiares y compañeros de ruta. Luego, abajo, una pequeña investigación a través de la red internet, en la que se trata de localizar sitios con información relevante sobre el mismo director. Dossier abierto, invitamos a todos y a todas a que aporten la información que amplíe nuestra comprensión del legado de RG.
Los fragmentos publicados fueron extraídos de ‘EL CINE QUEMA.
Raymundo Gleyzer’, texto escrito por Fernando Martín Peña y Carlos Vallina, tras diez años de investigación, con la autorización de FMP. Fue publicado en julio de 2000, en la Colección Personas de Ediciones de la Flor, en la ciudad de Buenos Aires, con una tirada de tres mil ejemplares. El texto está escrito a partir de un excelente montaje de testimonios, que fueron organizados a través de un desarrollo casi dramático (o literario), alejado de las parsimonias y esquematismos típicos de la reconstrucción histórica más frecuente y pretendidamente ‘objetiva’. Este montaje textual no sólo tiene el mérito de permitir una lectura ágil y comprometida con la subjetividad de quienes narran su historia, en primera persona, sino que fundamentalmente termina proponiendo un modo de reconstrucción de ‘la’ Historia que se basa en una voz múltiple y colectiva, dialéctica, en la que las tensiones y contradicciones de todo proyecto colectivo tienen lugar en el relato que las organiza. Las similitudes con la historia presente son sorprendentes, y de ahí la necesidad de reflexionar y conocer la experiencia acumulada. CINE DE LA BASE (1973) (pags. 137-140)
Nerio Barberis: Cine de la Base nace como una necesidad de Raymundo, que es un realizador con un objetivo político, y que debe mostrar lo que ha hecho. El problema de la distribución era el mismo que hay ahora. Tenés una película, pero después no se la podés mostrar a nadie. Entonces Raymundo, que ya había sufrido eso con México, la revolución congelada, concibió un grupo que distribuyera. Cine de la Base nace como un grupo cuya función era distribuir los materiales que se producían. Básicamente para que Los traidores se pudiera ver. La película estaba hecha, él no tenía ningún interés en que la película se diera en una sala: tenía que ir a la base y la base no iba al cine. Al cine iba la clase media. Peor si la película la ponían en una sala de arte. El quería que la película se viera en las villas, en los sindicatos, que la vieran los sectores populares. Desde ese punto, entonces, se concibe Cine de la Base, como un grupo de distribución, que además se plantea luego producir. Según yo lo recuerdo, él concibió Cine de la Base así. Luego se prioriza la producción, porque el grupo se va sintetizando, se va transformando con la historia del país, que va a una velocidad extraordinaria. Raymundo pensaba en un grupo de distribución abierto, no planteaba que la película perteneciera a alguna organización política. La muestra a mucha gente, a dirigentes sindicales del peronismo, del lado antivandorista, alrededor de la CGT de los Argentinos. La información básica de la película proviene de gente que estaba en el peronismo de base. Nunca del PRT ni de nada por el estilo. No hubo ninguna experiencia del PRT en nada de la película... Básicamente la película se empieza a proyectar en un montón de lugares, donde la base fundamental era gente de JP... Y cuando aparece el grupo también aparecen las relaciones políticas externas al grupo, y se dan vínculos con gente de otros lugares, gente de La Plata, gente de Córdoba, gente de Tucumán, un montón de gente. Este es el contexto real: a nosotros nos preocupaba la transformación de la sociedad y nuestra herramienta era el cine. Entonces, alrededor del cine, construíamos. Y si bien la relación con la organización política era constante, había una gran independencia, porque generalmente en la organización había muy poca gente que entendía el valor de lo que se hacía. Nosotros intentábamos generar una política cultural desde nuestro lado, había mucha gente que lo quería hacer. Pero en el partido (PRT) eso fue parte de la serie de errores demostrados en el accionar político... Porque arriba-arriba entendían, pero un escalón para abajo ya nadie entendía nada. Entonces nosotros nos escudábamos diciendo: “Arriba-arriba entienden”. Alguien había dicho: “El cine es estratégico”. Nosotros lo usábamos como argumento cuando había algún problema: “Maestro, mirá que arriba dijeron que el cine es estratégico”. “Es verdad”. “Entonces no jodan. Déjennos tranquilos”. Y había una autonomía absoluta en ese mecanismo. Nosotros plateábamos esto y pedíamos y buscábamos que se nos abrieran los espacios de comunicación, que tuviéramos recursos, que tuviéramos la posibilidad de profundizar en el tema de la exhibición... Luis Mattini: “(...) en términos absolutos, el PRT no estaba en condiciones de canalizar las inquietudes de ese activo sector social (los trabajadores de la cultura) que iniciaba un período de crisis. No puede decirse que esta debilidad para tratar el problema de la intelectualidad, especialmente de los artistas, haya sido exclusiva o peculiar del PRT, sino que es algo que persiste en el conjunto del movimiento revolucionario y progresista no solo nacional sino mundial. Es un importante aspecto de la vida en que el marxismo continúa rezagado con respecto a su decisiva influencia en otras disciplinas como las ciencias sociales o naturales. El error criticable del PRT era pensar que esa cuestión la tenía resuelta como supuestamente tenía resueltos los problemas político, sociales y económicos. Con todo, Santucho y alguno de los hombres más cultivados de la dirección del Partido, siendo partidarios del realismo como expresión estética, estaban mucho más allá de las simplificaciones con que se tomaba la fórmula ‘arte de compromiso’, tan en boga en los sesenta, o con la banalización del arte en un supuesto ‘realismo socialista’ a ultranza. En ese sentido se partía del principio de que el primer deber del artista no era tanto declamar su ‘compromiso’ revolucionario sino hacer buen arte. Pero no pasaban mucho más allá las elaboraciones de la dirección del PRT con respecto a los lineamientos políticos para la intelectualidad progresista, y todo esfuerzo volcado sobre ese sector tenía un carácter fundamentalmente orgánico, fuertemente utilitario, destinado al aprovechamiento concreto e inmediato de la política ‘legal’. Así, falto el Partido de madurez sobre el tema, sin lineamientos adecuados para desarrollar una eficaz política sobre el área, la tarea quedaba en manos de la iniciativa de quienes tenían esa función específica y la llevaban adelante de acuerdo a sus propias capacidades y talentos y conocimientos, incluidos los prejuicios y las visiones estrechas las más de las veces... Pero la fuerza de la lucha política de la Argentina de los sesenta y setenta era tan enorme y el prestigio del PRT-ERP tan creciente, que muchos intelectuales se incorporaron a pesar de las limitaciones que he comentado. Se transformaron en abnegados militantes y aun refunfuñando o protestando por los esquematismos partidarios. Ahora bien, esta actitud del Partido hacia los intelectuales, dificultaba que estos pudieran influir directa o indirectamente a la propia clase intelectual, ese sector social que posee el acceso a los medios de comunicación de masas, sea en el área social, estética o científica. En esos sectores sociales prevalecieron siempre las corrientes políticas tradicionales y una creciente influencia de Montoneros. Eso explica en gran medida el desfasaje que existe entre el desarrollo alcanzado por el PRT-ERP, tanto militar como su influencia en importantes regiones o sectores de masas y la desinformación pública, tanto argentina como mundial. Alvaro Melián: Por parte de ninguna de las vanguardias políticas existía la más mínima concepción de lo que era una cultura revolucionaria, ni en términos conceptuales, ni práctico, ni teóricos, ni metodológicos. Esto lo he conversado con compañeros de diferentes prácticas políticas. Las urgencias pasaban por encima del tema cultural en forma absoluta. La abertura era solamente un área de búsqueda de apoyo político, pero en términos individuales, nunca de recreación de una cultura. Esa contradicción la vivimos todos y en eso se debatió Raymundo, como toda nuestra generación. Había una estrategia político-militar, pero nunca una contribución, por el lado de la cultura, que se integrara a esa estrategia de forma dialéctica. Eso nunca existió. Lo que había era una serie de tipos que daban órdenes, y después, otra serie de tipos como Raymundo, que por ahí se pasaban el día circulando por Buenos Aires para dejar la prensa del Partido a los contactos que tenía. Esa era la realidad. FRAGMENTOS LIBRES (Sobre la “contrainformación”). P.215: En 1968 Fernando Solanas y Octavio Getino habían dado a conocer el film La hora de los hornos, que no solo fue un poderosos emergente de la resistencia peronista a la sostenida proscripción política iniciada en 1955, sino que además demostró que era factible pensar en un circuito alternativo y clandestino para que se desarrollara un cine que pudiera mantener sus contenidos ajenos a la fuerte censura oficial del período. La pieza clave para el desarrollo de semejante circuito, dentro del país, eran las organizaciones políticas que, también desde la clandestinidad, enfrentaban a la dictadura. Solanas, Getino, y todo el grupo Cine Liberación realizaron su trabajo de difusión integrados en actividad de la Juventud Peronista y eventualmente de Montoneros. Para Raymundo Gleyzer, en cambio, esa opción era difícil. Como cualquier intelectual argentino en esos años debió debatir su propia posición ante el peronismo: resignarse ante su carácter de movimiento popular y representativo de la clase obrera y confiar en la conducción de Juan Domingo Perón, que entonces digitaba su regreso al país desde el exilio en España, o bien mantenerse al margen de esa mayoría pero fiel a sus experiencias formativas. P.219: Lo que mejor vincula ambas obras (La hora de los hornos y Los traidores), sin embargo, es la común voluntad de contrainformar, de presentarse como vehículos de todo aquello que la versión oficial omite o niega, como obras que muestran y dicen lo que no puede mostrarse ni decirse. Esa vocación es la condición prioritaria del cine militante: la necesidad de alguna forma de clandestinidad surge precisamente desde la obstinación en la oferta de esa otra información. Con el enemigo al frente, claro y definido, el cine militante de entonces cumplió con la necesidad popular de ser “la voz de los sin voz”. P.217: “Desde entonces hasta el final de su vida Gleyzer insistió en su búsqueda de una forma que fuera accesible y directa, y que a la vez no traicionara las complejidades de las problemáticas tratadas. Los films debían entretener y concientizar al mismo tiempo, pero la eficacia de la segunda función dependía de la eficacia de la primera. Persuadir resultaba mucho más interesante que agitar y por eso, tras la experiencia limitada de los Comunicados, Gleyzer y Melián decidieron priorizar la exposición de una determinada información (o “contrainformación”) con todas sus variantes, antes que adoptar un punto de vista único. Lograr la identificación del espectador antes que distanciarlo con formalismos. Esas intenciones suponían explotar algunas de las características más antiguas del cine y por eso en Los traidores se pueden reconocer ciertas marcas de género (el policial, el melodrama) y la insistencia casi obsesiva en definir como espacio geográfico una Buenos Aires cotidiana, no pintoresca y de verosimilitud incuestionable. LA DIFUSIÓN (1973-1975) (pags. 145-156). Juan Greco: Yo había estado en Suecia varios años y cuando volví, entré en una rama de Cine Liberación. Por un lado, estaban Octavio Getino y Pino Solanas, y por el otro, estaban Enrique Juárez, Cuan Carlos Añón y otros muchachos, que habían hecho Es tiempo de violencia, un mediometraje documental sobre el Cordobazo. Eran dos grupos bastante independientes. Yo estaba con Juárez y lo que hacíamos ahí era más militancia que obra: proyectábamos La hora de los hornos, proyectábamos la película de Quique, hacíamos debates... Yo soy marxista, nunca fui peronista, pero no soy un ortodoxo, así que estaba ahí buscando un espacio, medio ingenuamente... En ese momento se estaba haciendo Los traidores y recuerdo que tuvimos una reunión con Raymundo y Alvaro en la casa de Getino para buscar puntos de acuerdo entre los dos grupos. Ahí lo conocí. Cine de la Base todavía no existía como entidad. Se armó una discusión política fuerte: Octavio era una teórico muy sólido y Raymundo tenía un tonito socarrón que usaba cuando quería ser punzante. Fue muy duro ese día, terminó en un despelote infernal. Pero con Raymundo hablamos un poco, cambiamos teléfonos, y un día me llama, vamos a tomar un café y me dice: “¿Qué mierda estás haciendo con estos peronachos...?”. Me habló, me habló, estuvimos básicamente de acuerdo pero yo le respondí que prefería agotar esto en lo que había creído, que tenía que hacer este camino. Quedamos en contacto, nos vimos varias veces, pero yo seguí en Cine Liberación. Entonces empezó la violencia, había huelgas, atentados... me acuerdo de loa tentados a los bancos yanquis, que les tiraban una molotov. Los grupos peronistas que hacían eso nos avisaban y entonces íbamos y lo registrábamos cinematográficamente, desde adentro de una auto, filmamos cosas insólitas: cuando tiraban la bomba, la cana reprimiendo... una cantidad de cosas, que después no se usaron nunca pero integraban un archivo que quería tener Quique. Un día me llama por teléfono, me dice que había estado con unos compañeros, que se iba a crear un grupo armado y que yo ya los iba a conocer. Yo le dije: “Mirá, Quique, un grupo armado... no sé, es para hablarlo...”. Pasan algunos días y tenemos una reunión, en la que Quique informa que los contactos habían avanzado y que, bueno, teníamos que cambiar la cámara por el fusil. Que tenemos que pasar a formar parte de Montoneros. Yo le digo: “No, vos estás en pedo...”. Hubo una discusión política muy seria, vino uno de los popes montos a charlar conmigo... En realidad, no fue una charla sino más bien un juicio que me hicieron en el que me trataron de “pequebú”, de intelectual, de zurdo... bueno, menos puto, me dijeron de todo. Terminó mal la cosa, yo quedé muy mal... pero me fui. De esas reuniones creo que el único que vive es Añón. Después de eso me puse en contacto con Raymundo, ya estaba terminada Los traidores y había empezado a existir Cine de la Base. Con él se dieron dos niveles de relación: por un lado, estaba la política, y por otro, mucha amistad. Hubo mucho cariño en lo personal y mucha pelea en el trabajo práctico. Porque era muy difícil laburar con Raymundo: era desbolado, irónico, jodido, hiriente.. Pero reconocía sus errores, sabía arreglarlos, si te gustaba la ginebra te iba a visitar y te regalaba una botella de ginebra... sabía pedir perdón de esa forma, sin decírtelo. Jorge Giannoni: Cuando acá se dio la apertura con Cámpora y todo eso (yo estaba en Europa y Raymundo) me dijo: “Bueno, venite, porque acá hay muchas posibilidades...”. Cambiaba todo. Entonces vine y ahí empezamos a organizar la difusión. Pero Cámpora estuvo pocos meses, no duró nada. Y a partir de eso dijimos: “No, acá no quieren”. Porque si quisieran, ¿por qué lo iban a sacar? ¿Por qué sacar a Righi, que era ministro del Interior? Todo ese equipo fue la esperanza y duró poquísimo. Creímos que con los diputados que había, con las organizaciones intermedias, con los sindicatos, se podía ir tratando de armar un frente. José Martínez Suárez: La noche que ganó Cámpora, yo me sentía desolado, verdaderamente. No soy peronista. No lo he sido nunca. No comparto para nada las características del peronismo. Así que esa noche estaba preocupado. Y un poco más también; sentía una cantidad de cosas: desagrado, incomprensión, vergüenza... Mi mujer me dijo: “¿Vamos a ver los actos?”. Le pregunté: “Pero, ¿cómo se te ocurre?”. “Esto es historia, no lo podemos obviar”, me dijo. Así que salimos caminando hasta la calle Santa Fe, debían ser las diez y media, once, verdaderamente había fervor en la calle; supongo que mi rostro contrastaba con el de todos los demás. Cuando llegamos a la esquina de Canning y Santa Fe nos paramos porque yo no quería seguir más. Entonces viene un coche, desde el este, y dobla a la izquierda por Santa Fe. En el asiento de atrás viene Raymundo Gleyzer que, cuando el coche me pasa al lado, me grita: “Viva Perón, Martínez Suárez, carajo!”. Le hice un corte de manga, gesto grosero y fraterno que fue nuestra despedida, porque nunca más nos vimos. Jorge Giannoni: Nuestro programa fuerte era Los traidores y Operación masacre. Eran las películas que la gente quería ver porque (servían) para el debate. Porque Operación... planteaba la memoria histórica, digamos, de la Libertadora, y Los traidores planteaba el problema de la burocracia y lo proclives a la traición que son los burócratas. Todos temas que vienen desde el peronismo. A la gente le interesaba ver eso, porque a partir de ahí empezaban a discutir debilidades o no de sus dirigentes, cuál era el proyecto que les servía... Es tiempo de violencia –lo de Quique Juárez- también lo difundíamos, y todos los cortos de los realizadores de Mayo . Cosas que se habían hecho en Santa Fe y lo de las torturas que habían hecho los de La Plata. Fernando Birri: Si se toma una película como Los traidores, por ejemplo, y se toma otra como Operación Masacre, de Jorge Cedrón, se advierte que el sentimiento y el proyecto, en todas sus posibles variantes, están del mismo lado. Esto es lo que a veces, me parece, no se ha sabido ver y ha determinado una fragmentación de los movimientos. En el caso concreto de Raymundo, también ha determinado una marginalización de su obra, una falta de colocación de la importancia de esa obra en el contexto de una cine específicamente argentino. Jorge Giannoni: Si bien teníamos dogmatismos –una visión, digamos, más utópica del socialismo- queríamos demostrar que no había solamente un proyecto nacional, que había distintos y que había que discutir cuál era el que servía para la Argentina. Porque siempre dudábamos hasta dónde iba a sostener el peronismo la consigna “liberación o dependencia”. (Los de) Cine Liberación fueron los primeros que empezaron (con la distribución clandestina) con La hora..., pero después siguieron con cosas más dogmáticas como Actualización política y doctrinaria..., los discursos de Perón y todo eso, que era excluyente porque era un material más de ellos. Eras peronista y aceptabas eso o, si no, nada. Y bueno, nosotros seguimos la experiencia, pero con una concepción más amplia. Jorge Santamarina: Proyectábamos en barrios, en departamentos...Cuando era en departamentos, es decir, cuando estaba la posibilidad de cobrar, proponíamos una colaboración voluntaria. Juan Greco: Empezamos a trabajar en dos líneas. Por un lado estaban las proyecciones “pequebú”, que se hacían entre la clase media, cobrando una colaboración. Ibamos a Barrio Norte, se juntaban cuarenta personas, pasábamos la película y después, por su puesto, había whisky, masitas y en el debate todos tenían pipa. Era toda una reunión social. Junto con esto estaban las proyecciones que se hacían en las facultades de Derecho, Ingeniería, Medicina... Yo he estado en proyecciones con dos mil personas. Por otro lado, estaban las villas y los barrios obreros. Nosotros teníamos contacto con una villa que está en el Camino Negro, atrás de Banfield, cerca del Puente La Noria. Había seis hermanos tucumanos, muy militantes. Fuimos varias veces (ahí no se cobraba, es obvio), se armaba la proyección y yo tengo los recuerdos más hermosos de los debates que salían de ahí. Nos cuidábamos mucho, respetábamos, porque la mayoría de la gente era peronista. Terminaba la película y hablábamos sin bajar ninguna línea. Ahí veías el valor de Los traidores: la gente se identificaba, identificaba a los personajes, se hacían discusiones política hermosas. Nosotros no capitalizábamos esa acción, la capitalizaba la gente. Eramos mediadores y hablábamos a través del cine. Después había un responsable político del Partido en la villa o en el barrio, y él manejaba esa línea de la discusión, que por lo general pasaba por problemas que la gente tenía en ese momento. Nerio Barberis: Se llagaba a un lugar y se pasaba, por ejemplo, la película del cuarto congreso del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo), Los traidores, Informes y testimonios... en distinto programas. Y nosotros decíamos que con toda libertad, queríamos proyectar nuestras cosas y que luego se hiciera debate. La experiencia era que cuanto más proyectabas, más te dabas cuenta de la potencia brutal de lo que estaba pasando. En la medida en que fuimos creciendo, nuestra apreciación de las zonas grises se fue ampliando. Fuimos entendiendo. El FAS ayudó... yo no había visto un campesino en mi vida. A los obreros los había visto en los cines. Mi realidad con la clase obrara eran los obreros que conocí en las fábricas de mi papá y de mi tío. Esto es importante. Raymundo sí se metía. Raymundo fue al campo, hizo documentales. Por eso en alguna medida “vanguardizaba” lo que había que hacer. Su relación con el cine lo había puesto más en contacto. Pero en la medida en que crecía esta relación con el cine, con el FAS, con hecho de ir a llevar las películas a una villa miseria, crecía también nuestra percepción de las cosas... Yo nunca había entrado en una villa miseria. Cuando entro, hablo con la gente y veo que puedo hablar de iguala igual percibo ese fenómeno de gran comunicación de clases que produce la etapa de los 70. Ahí empezás a aprender que la cosa es más amplia. En muchos de los lugares a los que íbamos no había vinculación con los trabajos del FAS. Porque de golpe, el FAS no tenía grandes trabajos. Eran lugares en los que nos recibía gente del peronismo, lo que hablaba de una fuerte comunicación. Jorge Giannoni: Desde la Universidad (de Buenos Aires) montamos una Cinemateca del Tercer Mundo, que pretendía retomar lo que se había hecho antes en la Escuela de Santa Fe. Todo eso no se logró. Lo que logramos fue juntar películas y hacer distintos encuentros. Hicimos dos Semanas, una de Cine Latinoamericano y otra de Cine Arabe-Africano, y trajimos a los directores: los llevamos a estos “safaris” que organizábamos y la gente quedaba loca. Llegábamos a un pueblo y estaba el carrito para difundir: “Hoy a tal hora, en tal lugar, se proyectará ...”. Se daba una vuelta al pueblo con el parlante para indicar dónde iba a ser; montábamos las pantallas esas que se abrían esas rusas grandes, que no sabíamos por qué las tenía el SARCU (Sociedad Argentina de Relaciones con la URSS); poníamos el proyector y proyectábamos. Después que proyectábamos le decís a la gente: “En fin, compañeros, hemos proyectado estas cosas... Si hay alguna pregunta, porque acá está el director” o “El director ha dicho que quiere saber lo que ustedes opinan”. Siempre los motivábamos de alguna forma para que hablaran. Como en la época la gente no tenía miedo o vergüenza para hablar, se prendían. Y la película era una pretexto para hablar de los problemas de ellos. El circuito estaba en la base de una cantidad de proyectores que teníamos. En esa época llegamos a acumular treinta proyectores, que no eran propios, sino de entidades vinculadas (a las que) les dábamos la programación. Armábamos (...) un ciclo en el cual venía el programita con la ficha técnica... Entonces se lo dábamos al grupo de base que operaba territorialmente en alguna zona y con esa información la gente proyectaba y debatía sobre eso. (...) A través de esas películas la gente tenía una visión más clara del Tercer Mundo: qué pasa en Africa, qué pasa en América Latina, cómo la ve uno, cómo la ve el otro... Hacíamos barrios, universidades y sindicatos. Estábamos vinculados a una corriente clasista antiburocrática en el movimiento obrero, que variaba de tonalidad según los sindicatos y los lugares. Pero trabajábamos en ese margen. (Así) como a nivel universitario trabajábamos independientemente de las propuestas dogmáticas de algunos centros, que estaban hegemonizados por el peronismo, la JP o de color estrictamente montonero, que no permitían nada más que lo de ellos. Tenían una visión unidimensional y cambiante: en “El descamisado” las posiciones todas las semanas eran distintas, interpretativas de lo que quiso decir Perón. Porque en esa época se vivía así: “no, el Viejo dijo esto, pero en realidad quiso decir lo contrario”. (Pero) era variado, porque nosotros podíamos tener una excelente relación, por ejemplo, en Salta, (con) dirigentes de origen peronista, cosa que acá no lográbamos. O Córdoba, con Tosco, que abarcaba mucho más que la izquierda e inclusive era respetado por sectores peronistas. O Tosco y Salamanca, que eran dos vertientes (pero) se respetaban y podíamos usar los sindicatos de ellos para proyectar. Dependía del lugar. Nosotros nos plateábamos a nivel de base. Nuestra relación oficial mayor era a nivel de municipio. No queríamos más... Ya para arriba considerábamos que estaba putrefacto. Nerio Barbieris: Lo importante que yo recuerdo del grupo de Buenos Aires es que no todos eran militantes del PRT. Era gente que simpatizaba globalmente con lo que estaba pasando pero nada tenía que ver con la organización política. Simpatizaban con Cine de la Base y la posibilidad de proyectar las películas que se filmaban, con este fenómeno de documentar la realidad. En Buenos Aires llegamos a ser quince. Recuerdo un grupo de ocho personas que eran Cine de la Base en Córdoba, por ejemplo. Alvaro Melián: Había dos franceses, que eran profesores en la carrera de Cine de la Universidad de Córdoba. Yo viajé varias veces, hacíamos cosas juntos pero políticamente eran independientes. Varias veces les pasamos material y cuando nosotros filmamos algo allá, ellos nos apoyaron. Juan Greco: En Córdoba recuerdo que hicimos un encuentro, al que fue gente de todo el país que adhería a Cine de la Base: había gente de La Plata, gente de Tucumán..., y bueno, toda la gente de Córdoba, que eran bastantes. De aquí fuimos Nerio y yo, y recuerdo que se escribieron algunas cosas específicamente para ese encuentro. La idea, que había sido de Raymundo, era ver cómo podíamos tener un funcionamiento orgánico, crear una red de Cine de la Base. Porque en el interior había muchos menos recursos de los que había acá, lo que hacían lo hacían por la militancia y por el amor al cine. Primero había que ver qué era lo que se estaba haciendo en cada lugar, es decir, contar las experiencias de todos. Se aprendió muchísimo, porque en la mayoría de los casos las experiencias no tenían nada que ver con lo que pasaba en Buenos Aires. Y en una segunda instancia se trataba de ver de qué manera podíamos contribuir para que no se dependiera tanto de Buenos Aires, que pudieran autogestionarse, digamos. Ellos ya hacían sus propias producciones y había que ver de qué manera darles una mano para que pudieran hacer sus propias películas. Fue una de la experiencias más lindas que me tocó en aquellos años. Fue espectacular. La gente era maravillosa y había una solidaridad... Jorge Giannoni: Se discutían temas ligados a la difusión y a la mejor eficacia de la distribución de los materiales; (ver) si los programas que nosotros armábamos les servían. O sea, tratar de darles también una incorporación, porque mandarles de Buenos Aires todo impreso el programa y las películas, nos parecía un poco autoritario. Nerio Barberis: Cuando se produce el desarrollo de Montoneros, también se produce una ruptura: Cine Liberación se queda como Cine Liberación y un grupo de cineastas se liga entonces con lo que se conoció como los grupos especiales de Montoneros: Juárez, Cedrón, Szir... Y había otra gente ligada a ellos. Pero ellos ya no eran Cine Liberación. El diálogo con Cine Liberación queda roto en 1974 y se rompe básicamente cuando en Canadá, en un encuentro de cine (creo que es Solanas el que lo plantea), dicen que en la Argentina hay un gobierno popular y hay que apoyarlo. Ya entonces la Triple A había liquidado a Silvio Frondizi y nuestro sector planteaba que el fascismo estaba dirigido desde el Estado, así que desde entonces hubo una ruptura irreparable con ellos. Jorge Giannoni: Ya a mitad del ’74 se pudrió todo porque no había diálogo y era muy sectario. Hay que tener en cuenta que hubo una transformación también en los sectores revolucionarios del peronismo, porque Firmenich (al principio) no era nadie hasta que empezó a hegemonizar porque Quiero cayó, porque cayeron los líderes históricos, como Osatinsky, como todos con los que había alguna referencia en estas cosas... Cuando apareció Firmenich vino una sectorización y el que no era de la ‘orga’ de ellos estaba afuera. Antes era mucho más fácil el diálogo con los demás. El Negro Quieto desaparece de Capital y después aparecen estos otros que eran el dogma. Además establecen los grados militares, y son capitanes y tenientes, y los demás se tienen que cuadrar cuando les dan la orden. Entonces, pero ¿qué carajo?... Echamos a los militares y ahora estos son militares. Germán Salgado: Mi contacto con Cine de la Base fue a mediados del ’74... Antes estaba en otro club del que después no quedó nadie, salvo Ismael Viñas. Me incorporé porque un par de años antes había estado garabateando un guión sobre la historia política argentina pero desde un ángulo, digamos, más de izquierda. Era una obra así, muy ambiciosa, era como filmar la Biblia. En un momento tuvo visos de poder hacerse, pero luego se aceleraron mucho las cosas. Yo me fui del otro grupo con un amigo, sabía algo de Cine de la Base y le pedí a este amigo mío que me hiciera el contacto. Había un acto en el Congreso, antes de la muerte de Perón, y me dijeron: “Andá, que te van a contactar”. “Pero en el Congreso debe haber, no sé, veinte mil personas... ¿Cómo me van a contactar?” “Vos andá”, me dijeron. Y bueno, fui, y estaba como un pavote ahí parado y aparece Juanita, nos saludamos y fue una sorpresa, porque yo la conocía con Raymundo de haberlos visto en la Asociación de Cine Experimental, unos diez años antes. No sabía que estaban en Cine de la Base. Teníamos una reunión por semana, de tipo político, pero aparte de las coincidencias ideológicas éramos muy amigos, así que nos veíamos, nos reíamos mucho. Las reuniones políticas normalmente eran en casa de Raymundo, muy temprano, a las cinco de la mañana, por el tema de la seguridad. El tenía un departamento en Federico Lacroze y Luis María Campos, piso 22. Me acuerdo porque una vez tuve que subir el proyector por la escalera porque no andaba el ascensor. Juan Greco: Se hablaba sobre lo que había pasado esa semana, un hecho militar o un hecho político, y había una bajada de línea, si el partido había tomado alguna posición con respecto a algo de eso. A veces teníamos temas muy puntuales, se analizaban y se discutían los editoriales de “El combatiente”. Y después se trataban las cosas prácticas, lo que tenía que ver directamente con las proyecciones: se organizaban, se atendían los pedidos, se decidía quién iba, quién coordinaba el debate. Nerio Barberis: Las exhibiciones fueron disminuyendo en la medida en que empezó la represión, ya no era tan fácil agarrar un proyector, ir... te cagaban a tiros. Una vez casi me matan en el Bajo Flores proyectando Informes y testimonios: cayo el Comando de Organización, un comando del peronismo, atacó la proyección a tiros y salimos corriendo con un compañero, por la villa. A él le rozó la frente una bala. Hasta que llegamos al auto fue una experiencia bien interesante, que demuestra porqué lo hacíamos: la gente nos conducía. Había una señora que decía “por aquí, por aquí, por aquí, vaya por allá”. Llegabas a un lugar y otro chico te decía: “Para allá, para allá”. Te iban conduciendo por la villa para que te fueras y no te pasara nada. Esto no era una imposición, la gente quería: había una relación con los lugares donde nosotros íbamos a proyectar, con la gente que nos manejaba. Hoy es fácil hablar, pero había una representación de la clase obrera, de los trabajadores, en la política que ejercían las organizaciones. Pero fijate cómo era Raymundo: llegamos a su casa después de la aventura con el C.O. y le contamos: “Nos escapamos de pedo, casi nos matan”. Y él dice: ”¿Y el proyector? ¿Y la película?”. “Y... la dejamos.” “Son unos irresponsables! ¿Cómo van a abandonar el proyector? El proyector no se abandona nunca!” “¿Pero por qué no te vas a la puta que te parió? Casi nos matan!” Así era. Era durísimo, pero con esa dureza garantizaba las cosas. Mientras nosotros decíamos: “Bueno... quizá podamos...”, él decía :”Sí, lo hacemos”. Era un tipo muy difícil, con muchos conflictos, muy neura y absolutamente apasionado. Por eso había gente que no lo quería nada. También tenía un humor sarcástico, brillante. Manuel Gaggero: Después del quinto congreso del FAS la Triple A comenzó a golpear sobre los sectores que estaban en la política legal, en la superficie, y entonces la actividad del FAS se fue reduciendo y aumento la del PRT. El frente de cultura quedó vinculado al Partido, integrado incluso por gente que no estaba en él pero que simpatizaba o tenía algún grado de coincidencia. Creo que era complicado, tanto para Raymundo como para cualquiera que tenía una actividad en cultura, mantener ese nivel de exposición tan alto y a su vez tratar de salir indemne de la acción de la represión, que con el tiempo se volvió cada vez más intensa y de pronto empezó a golpear en todos lados. Filmar en la clandestinidad y además exponer lo que se hacía... era muy complicado.
RAYMUNDO GLEYZER EN LA REDPor r - VideoIndy - Saturday, Jun. 15, 2002 at 6:19 PMvideoarg@indymedia.org

Del Margen al Centro:Cuba y el Nuevo Cine Latinoamericano


Del Margen al Centro: Cuba y el Nuevo Cine Latinoamericano*

Por Brígida Pastor
Número 46
El naciente Nuevo Cine Latinoamericano de los sesenta y setenta representó la viabilidad de un lenguaje cinematográfico que expresara la cruda realidad latinoamericana, en confrontación con el legado del imperialismo dominante y las burguesías criollas. Como afirmaría el revolucionario cineasta brasileño Glauber Rocha en su día: “Existe un objetivo en común: la liberación económica, política y cultural de hacer un cine latino. Un cine empeñado, didáctico, épico, revolucionario. Un cine sin fronteras, de lengua y problemas comunes”.(Gil Olivo, 1999: 38). En gran medida, el Nuevo Cine se desarrolló estimulado por factores extracinematográficos, como resultado de una oposición radical a una cinematografía sometida a políticas coloniales o como fruto de movimientos políticos. La nueva generación de cineastas latinoamericanos vieron el medio del cine como “la herramienta más valiosa de comunicación de [su] tiempo” (Solas, Gettino, 1983: 17) y empezaron a producir tantos manifiestos como filmes en un intento de generar un cine con identidad propia y con una potencialidad de abarcar una gran variedad de temas latinoamericanos. Esta oleada de actividad creativa hizo que surgieran varios destacados cineastas y movimientos innovadores dentro del continente latinoamericano, en búsqueda de un espacio donde confluyeran la dimensión artística con la actividad revolucionaria y la movilización de las masas. Cabe destacar, junto con el caso revolucionario cubano, el Cine de la Liberación en Argentina1 y el Cinema Novo en Brasil2. Estas corrientes buscaban hacer del cine un instrumento con el que articular la batalla cultural dentro de un contexto político-social adverso3. Sin embargo, como César E. Bermeo afirma: “las industrias cinematográficas de todos los países de América Latina, con la excepción de la Cuba posterior a 1959, han sido y continúan siendo parte de las relaciones económicas de cada país en particular con el capitalismo internacional. Cada uno de estos países se halla dominado por gobernantes con estrechas ligas con los Estados Unidos”. (Gil Olivo, 1999: 39-40) Con todo, estos cines emergieron en esencia revolucionarios y lograron iniciar e implantar una fructífera búsqueda de una nueva conciencia y una nueva realidad latinoamericana. Con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, se confirmó el protagonismo impactante de los esfuerzos del Nuevo Cine Latinoamericano en su proyecto de liberación, así como el reconocimiento de que había que abogar por un cine vinculado a la realidad latinoamericana.
El nuevo gobierno post-revolucionario de Fidel Castro creó en 1959 el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos), cuya misión era llevar la revolución al pueblo a través de la gran pantalla. El ICAIC utilizó el medio del cine como “un instrumento que [sirviera] para reflejar un punto de vista y desarrollar una conciencia individual y colectiva” (Engel, 1969: 197) y, a su vez, como impacto en la reafirmación del espíritu revolucionario. Así el cine post-revolucionario se convierte en instrumento del pueblo al servicio del pueblo y la Revolución. Alfredo Guevara, entonces director del ICAIC, define la nueva misión del cine cubano de la post Revolución: “El cine cubano existe, y existe como arte revolucionario, de búsqueda y aporte real, como instrumento de cultura y arma de combate.” (1987: 27) Surge así un cine, caracterizado por un marco temporal de profundas transformaciones en el ámbito social, económico e ideológico, que va a generar y estimular nuevas ideas en las obras de sus creadores. Los cineastas latinoamericanos estaban involucrados en un proceso de recuperar espacio y rechazar las motivaciones y la estética dominante del cine clásico de Hollywood (o Cine Perfecto). Esta nueva estética o poética fílmica en el contexto latinoamericano era conocida como Cine Imperfecto. Catherine Davis define con precisión la esencia del denominado Cine Imperfecto en contraposición con el Cine Perfecto:
Si el Cine Perfecto era técnicamente ‘perfecto’, expresando una ideología conformista en formas aparentemente neutras a través de una cámara poco intrusa que crea una percepción ilusoria de lo real, el Cine Imperfecto por otra parte (siguiendo el ejemplo del Neorrealismo Italiano, la Nueva Ola Francesa y el cinema verité) era un arte creativo, popular, que desafiaba la cultura de masas de consumo conformista4. (1997: 346)
La fundación del ICAIC significó no sólo un cambio fundamental en la estética cinematográfica, sino que como Tzvin Medin apunta: “el objetivo era la incorporación progresiva de las masas en la vida cultural de la revolución, tanto cuantitativamente como cualitativamente”5. (1990: 88) Una parte integrante e importante de esas masas era la mujer, y el contexto de la Revolución le concedió un espacio para construir su propia revolución. En su discurso de 1966, Fidel Castro habló de “una revolución [femenina] dentro de la Revolución”: “Lo más revolucionario de la revolución es la revolución que está ocurriendo entre las mujeres”6. (Bunck, 1994: 87) En este estudio, a través de un acercamiento al contexto histórico y teórico del periodo que nos ocupa y tomando como ejemplo de este proceso el “prólogo” y “epílogo” del film de Pastor Vega, Retrato de Teresa (1979) —uno de los filmes más polémicos del cine cubano—, pretendo demostrar que este film marca un hito histórico dentro de la cinematografía cubana. Es simultáneamente un producto y una reflexión implacable de una nueva “revolución femenina” que emerge después de dos décadas de hacer cine dentro del contexto post-revolucionario7. Me adhiero a las observaciones de Julianne Burton con respecto al film y su contribución particular dentro del contexto de la política cultural y sexual de la Cuba post-revolucionaria. (1981: 81-82) En este film se deserotiza la protagonista femenina, reevaluando los falsos modelos de feminidad, tal y como han sido perpetuados a través de los medios de comunicación de masas. Retrato de Teresa examina el impacto de las rápidas transformaciones y la modernización que representó la Revolución en la formación psico-sexual de identidades de género tanto a nivel individual como colectivo. Asimismo, el film constituye un desafío a la ideología tradicional del patriarcado y, hasta cierto punto, expone las contradicciones de la política sexual en la Cuba de la post-Revolución. En otras palabras, este documento fílmico representa una ruptura con las estructuras socialistas-tradicionalistas de género y, como artefacto cinematográfico incorpora signos del cine clásico hollywoodense, en el que “los signos transmiten la ideología patriarcal que subyace en nuestras estructuras sociales y que modela a las mujeres de formas muy específicas, formas que reflejan las necesidades y el subconsciente del patriarcado”. (Kaplan, 1998: 52) Si examinamos algunos de los filmes más destacados en el transcurso del periodo posrevolucionario, se descubre una tendencia a plantear el problema conflictivo entre los géneros: Lucía (Humberto Solás, 1969), De cierta manera (Sara Gómez, 1974), Hasta Cierto Punto (Gutiérrez Alea, 1983), Plaff (Juan Carlos Tabío, 1988), el colectivo Mujer Transparente (Héctor Veitía, Mayra Segura, Mayra Vilasís, Mario Crespo y Ana Rodríguez, 1990), Pon tu pensamiento en mí (Arturo Soto, 1995), Manuela (Humberto Solás, 1996) entre varios otros, son ejemplos de esta tendencia. A pesar de la estilística imaginativa con que estos films manipulan el lenguaje cinematográfico, hasta cierto punto, no traspasan de forma revolucionaria la óptica convencional sobre el tema del género y del machismo; además, no hay que ignorar la presencia recurrente de una estereotipada tipología de feminidad y masculinidad, que aunque problematizada en el contexto del proceso de cambio, no ofrece soluciones. Muchos de estos films contienen de algún modo u otro una proyección del espacio e identidad femenina a través de la representación estereotipada de una masculinidad notablemente performativa cuya apariencia externa es la opresión y el control (psicológico y físico) sobre el género opuesto. Al revelar la arbitrariedad del lenguaje, las actitudes y las proyecciones empleadas tradicionalmente para construir, deformar y clasificar lo femenino, estos films estimulan otras formas y preparan los cimientos para la creación de una visión de lo femenino.
Aunque la Revolución asumía su responsabilidad en satisfacer las necesidades y deseos de liberación de la mujer cubana, se enfrentaba a dos fantasmas difíciles de vencer: por una parte, el machismo infiltrado en las estructuras culturales de la sociedad cubana contemporánea; por otra parte, las monumentales transformaciones sociológicas como la transformación del estatus y rol de la mujer no podían lograrse de forma radical e inmediata. La modernización de la Cuba posrevolucionaria conllevó una deconstrucción de las diferencias de género y la reconstrucción de valores culturales intransigentes. De Retrato de Teresa se desprende el proyecto de desarrollar la conciencia social del individuo e incentivar el nivel de participación social para todos los individuos —hombres y mujeres— que integran la sociedad a través de una re-educación de los sexos e identificar que el patriarcado es una construcción cultural —y su masculinidad opresora— y, por tanto, sujeta a cambio. Partiendo de que la noción de sexo está definida biológicamente, la noción de género o identidad sexual, es una construcción social que determina la posición del individuo (en este caso, la mujer) en relación con una identidad u orden dominante. Como han destacado varios teóricos feministas: “La construcción […] de las oposiciones binarias de género ayudan […] a producir las jerarquías que sistemáticamente organizan la opresión de las mujeres”8. (Cranny-Francis et al, 2003: 8) Así la mujer a través de la tradición del patriarcado se ha visto relegada a una posición fijada y se la ha codificado inferior al sexo masculino dentro de las estructuras del orden simbólico dominante (patriarcal): la hegemonía masculina legitimiza el dominio y control del hombre y la subordinación de la mujer.
Julie Marie Bunck mantiene que el movimiento de liberación femenina en Cuba se desarrolló de forma muy diferente al que paralelamente se desarrolló en Estados Unidos: en el caso cubano la iniciativa deriva del gobierno posrevolucionario; se trataba de un movimiento, en palabras de la misma Bunck, “femenino más que feminista”, (1994: 87-125) con una lealtad especial hacia el estado en contrate con la liberación individual que exigían los movimientos de emancipación tanto en Europa como en Estados Unidos. En palabras del mismo Fidel Castro: “Las mujeres podrán liberarse sólo hasta el punto de comprometerse ante todo con la Revolución”9. (Bunk, 1994: 89) El feminismo en Estados Unidos y Europa era percibido como una fuerza divisiva y, por tanto, en contradicción con las metas de la Revolución cubana —que anteponía la comunidad al individuo. De ahí que surgiera la FMC —Federación de Mujeres Cubanas— bajo la dirección del gobierno cubano, que promulgaba objetivos económicos sobre aquellos de desarrollo e independencia personal. El principal motor era el que derivaba de la necesidad económica de integrar a la mujer en el ámbito laboral. Aunque en 1975 el gobierno castrista introdujo el Código de la Familia, que exigía igualdad de derechos para el hombre y la mujer, era evidente que las actitudes culturales hacia la mujer todavía estaban regidas por el legado de una larga tradición de valores machistas. Como John King observa: “Legislar contra la descriminación sexual no significa que los prejuicios machistas desaparezcan de la noche a la mañana”. (1990: 159) De hecho, se podría concluir que la Revolución irónicamente en su intento de otorgar a la mujer igualdad de derechos, la victimizaba doblemente, teniendo que asumir su papel tradicional en la esfera doméstica y su nuevo papel activo en la esfera laboral-pública.
Retrato de Teresa explora creativamente con un realismo crítico el impacto de las transformaciones sociales y económicas de la posrevolución en la relación hombre-mujer. Teresa y Ramón, los protagonistas, viven sus conflictos dentro de una sociedad nueva que pretende romper con valores anacrónicos y establecer valores más cercanos a la nueva realidad cubana. Derechos y deberes en la relación hombre-mujer, que es necesario trasladar de la teoría a la práctica. Son personajes en proceso de búsqueda, que se enfrentan a sus propias limitaciones y prejuicios tratando de encontrar una respuesta nueva ante situaciones superadas históricamente. A un nivel más profundo el film presenta la exploración biográfica e histórica del proceso de construcción de la subjetividad femenina de una mujer, Teresa, que se revela como individuo, pero también como tipo histórico. Es un personaje inmerso en una cultura misógina a la que debe enfrentarse y superar para satisfacer su realización personal. Teresa tipifica los conflictos de la mujer cubana, que caracteriza las mismas contradicciones de la Revolución cubana. Es una obrera textil que quiere "realizarse como sujeto", deja de ser un objeto para su marido, una sierva en el hogar con sus tres niños, y desarrolla sus intereses profesionales como activista política en una vertiente cultural —encargada del vestuario en un teatro de danza. Ramón, su marido, luchará vanamente, desde posiciones machistas, para integrarla en su propio círculo y así impedir que se convierta en un ser autónomo, con derechos propios. Ramón no soporta que la mujer sea una triunfadora en la esfera pública, pues la ve como una constante amenaza al yugo que ejerce sobre ella. Es evidente que Retrato de Teresa representa dentro de la historia filmográfica cubana, y latinoamericana también, uno de los intentos fílmicos más impactantes en el cuestionamiento del falocentrismo cultural y en la proyección de una nueva imagen de mujer que intenta conjugar su papel doméstico, laboral y su deseo de plenitud personal. En opinión del historiador de cine Michael Chanan, Retrato de Teresa es “es el film más polémico del ICAIC en sus 20 años de existencia”10. (1983: 45)
El film de Pastor Vega establece claramente ante el espectador la visión tradicional y fosilizada del binarismo de los sexos. Una escena simbólica inaugura el film: en una playa de La Habana, Ramón, el marido de Teresa, sujeta en sus manos una cámara de fotografiar. Mientras la cámara persigue la imagen en movimiento de Teresa, Ramón la llama por su nombre; en el momento que la cámara capta su mirada hay un salto a una escena congelada de su imagen —un primer plano exclusivamente de su cara—, creando la impresión de que Teresa está en una dimensión espacial imaginada. Esta atención exclusiva a la cara de Teresa revela la importancia que Ramón concede a la imagen física, externa, de su mujer, impidiendo una evocación de una representación más auténtica y completa de Teresa como individuo. En su estudio sobre subjetividad, John Lye define esta técnica como “un sentido de discontinuidad con la realidad, más bien como un pastiche que como una textura”11. (1997: 23) El cuerpo femenino es un elemento central desde la perspectiva teórica feminista. Como Laura Mulvey destaca: “Las mujeres son objetos, no sujetos de la mirada, sus cuerpos erotizados y fragmentados”12. (Thornman, 2000: 31) Los argumentos de Mulvey se basan en la teoría de que el placer fílmico se estructura de tal forma que la amenaza de la “carencia” de la mujer en el drama edipal pudiera resolverse a través del fetiche de sus cuerpos. En la fotografía, Teresa invoca la imagen tradicional de belleza femenina: su cabello está suelto y se mueve sensualmente con la brisa del mar. El hecho de que la cámara se detenga unos segundos, congelando el “retrato” de Teresa invita a que el espectador capte la visión fragmentada que Ramón tiene de su mujer, como un objeto que está totalmente bajo su control—una ilustración de la técnica posmodernista de la fragmentación. Además, la cámara “enmarca” a Teresa en el trasfondo idílico del mar, realzando los tonos de idealismo asociados a dicho retrato. Asimismo, las “aguas del mar”, consideradas tradicionalmente como un símbolo de ”fuente de vida” y un símbolo del principio femenino en general (una expresión de la fidelidad a la genealogía femenina13) sugiere un espacio potencialmente liberador para Teresa, el punto de partida de su viaje hacia otro espacio imaginario (femenino) —preludio del re-nacimiento que como mujer va a experimentar en el desarrollo del discurso fílmico.
El film es, como su mismo título sugiere, el retrato de una mujer, Teresa, con el implícito mensaje de que el concepto de feminidad es en sí “un retrato”14 Comparto con Julianne Burton las implicaciones que se desprenden del término retrato: “La palabra implica un sujeto pasivo (o al menos inmóvil), una cierta posesión de la visión, una interpretación al igual que una asociación”15. (1981: 80) Es obvio que los “retratos” femeninos estereotipados están lejos de reflejar la verdadera subjetividad femenina, y surge el cuestionamiento de la fabricación de estos estereotipos por la industria del cine clásico de exclusivo dominio masculino. Como ha destacado Deidre Pribram, el feminismo de la década de 1970 reconoció que a la mujer no se la proyectaba “como sujeto con derecho propio —sino como objeto a través del que el sujeto patriarcal puede definirse a sí mismo”16. (1988: 45) El “retrato” de Teresa proyecta una imagen “fijada” y estática en un momento determinado: el “retrato” de Teresa —la mujer— enmarcada, inmovilizada y pasiva y maternal (jugando con sus niños en una playa tranquila)17. En este retrato, Teresa es en términos de Laura Mulvey, “el portador de significado, no como generador de significado”18. (1975: 6) El creador utiliza su propia percepción para construir una imagen objetivizada, carente de toda subjetividad. Mientras toda creación artística es aceptada como una percepción y no como “verdad” o “realidad”, otras representaciones artísticas se revelan como una confusión de ficción y realidad. Como Simone de Beauvoir apunta: “Las representaciones del mundo, como el mismo mundo, es obra de los hombres, lo describen desde su propio punto de vista, al que confunden con la realidad”19. (Kaplan, 2000: 67) Las observaciones de Beauvoir revelan su cuestionamiento de la noción de “realidad” como objetivo, sujeta a ser manipulada y deformada por el sistema falocrático. Desde una perspectiva feminista, el mismo producto fílmico es una construcción social portadora de una ideología dominante (masculina). Sin embargo, dentro del contexto socio-político en que se origina, Retrato de Teresa ofrece un discurso fílmico, que aunque conserva características, es, a su vez, trasgresor del discurso fílmico clásico.
A partir de las escenas iniciales, la narrativa fílmica de Retrato de Teresa subvierte las expectativas de la narrativa fílmica clásica y nos presenta a un personaje femenino —Teresa— en proceso de evolución, en todas sus dimensiones, mientras Ramón queda relegado a una caricatura del macho, ridiculizando sus actitudes desfasadas. El “retrato” (cultural) inicial de Teresa es el punto de partida para continuar la exploración de su auténtico “retrato” femenino dentro del marco cultural que nos presenta el film. Estos márgenes o bordes limitantes de su “retrato cultural” son los que Teresa va a intentar transgredir, en un intento victorioso de definir su propio “retrato individual” —un retrato liberado de limítrofes y fragmentaciones culturales. En otras palabras, desde una perspectiva feminista “su supuesta ‘liberación’ resulta no ser más que la ‘resistencia’ […] a su lugar adecuado como súbdita de la ley del padre”. (Kaplan, 1998: 26) Desde el punto de vista semiótico, el film logra revelar “retratos” de Teresa que inscriben su auténtica identidad femenina, su propio lenguaje en el orden simbólico que constituye la única y existente narrativa clásica fílmica. Julia Kristeva describe el concepto de la semiótica como “un modelo u organización de fuerzas que se pueden detectar en el lenguaje […]”20, percibido como un tipo de presión latente dentro del mismo lenguaje, en tono, ritmo, en confusión corporal y material del lenguaje, pero también en contradicción, en un sin sentido, en rompimiento, en silencio y en ausencia”. (Fitz, 2001: 23) En el filme de Pastor Vega, estas ideas se reflejan a dos niveles: en la narrativa y en la estructura formal del film.
Las secuencias iniciales son de gran importancia dentro del contexto de la narrativa fílmica, no sólo desde el punto de vista del enmarcado femenino, sino como exploración espacio-temporal que va más allá de la relación marido-esposa/hombre-mujer. El film plantea la ruptura de un matrimonio dentro de un contexto más amplio de cambio político en la Cuba posrevolucionaria. La escena con que comienza el film se sitúa en el Malecón —un espacio público y real en el devenir cotidiano de la sociedad cubana. Es aquí precisamente donde se nos introduce a la política personal, al debate y cambio de las estructuras domésticas y familiares. Seguidamente, la cámara nos presenta una imagen panorámica de la ciudad de La Habana, que reúne la mezcla de edificios viejos coloniales y construcciones nuevas posrevolucionarias, o en palabras de Peter Biskind, “una red enmarañada de lo viejo y lo nuevo”21. (Biskind, 1974: 7) En su recorrido, la cámara se detiene sobre el antiguo Castillo del Morro22 y desde este punto culminante se toma un plano extenso de la bahía, abarcando la nueva ciudad, moderna, de La Habana. Simbólicamente, el hecho de que la cámara enfoque desde arriba la emergente y nueva imagen de la ciudad establece la dicotomía tradición/modernidad, pasado/presente, pero a su vez su co-existencia. Sin embargo, esta posición jerárquica del pasado respecto del presente, corrobora la autoridad cultural al legado de la tradición colonial-patriarcal. Asimismo, el hecho de que el castillo sea una “fortaleza” es una referencia a la resistente fortaleza que representa el legado del pasado colonial de Cuba —fortaleza que queda doblemente expresada por la cúspide de su enclave geográfico.
En Retrato de Teresa, el vaivén entre la interacción de género y los espacios en que esta dinámica se produce parece sugerir un proceso continuo de construcción y de deconstrucción. El “retrato” final de Teresa representa un tremendo salto cualitativo, estéticamente hablando: la imagen erotizada y sensual de la escena inicial queda neutralizada por una imagen más individual y “fluida”: Teresa lleva ahora un pañuelo que cubre su pelo recogido. De esta manera, subvierte la imagen femenina fetichizada que inicialmente se revela a través de la mirada de Ramón y desparece la mujer como mujer erotizada. Sin embargo esta imagen femenina neutralizada o hasta cierto punto “masculinizada”, en opinión de Kaplan, “puede convertirse en imagen de resistencia para la mujer espectadora. […] Es decir, permite una forma de relación sexual que excluye a los hombres y, por tanto, subvierte el dominio patriarcal al mismo tiempo que se apodera de su forma simbólica.” (1998: 22-23) Además, en esta última secuencia, Teresa camina entre la multitud, hacia adelante (por una calle de edificios modernos —una Habana nueva), con determinación y autonomía, como un miembro plenamente integrante de la esfera pública —es decir, hacia el futuro. La cámara la sigue; en este “auténtico retrato” final de Teresa, es ella quien controla la “mirada” de la cámara. Ahora aflora un plano largo y completo del cuerpo de Teresa, sin fragmentación, en movimiento; y el film termina con otro “retrato fijo” de Teresa, tal vez a modo de recordar al espectador la “fijación” del retrato inicial. Pero este último retrato femenino incorpora una imagen dinámica, sin las delimitaciones impuestas por el Otro (masculino), sino agente de su propia trayectoria, casi como una necesidad de forjar su propio destino. En otras palabras, se ha convertido en sujeto y no objeto de nuestra mirada —tanto del espectador masculino como femenino. Ramón la sigue entre la multitud a cierta distancia, como perdido y sin dirección, intentando divisar la “dirección” de Teresa. El hecho de que Ramón la siga en esta secuencia final revela una inversión de los papeles tradicionales de género y parece desvelarse un indicio de que el cambio es posible hacia el necesario equilibrio en la relación entre los sexos. Es decir, la masculinidad como la opresión que la perpetúa asoman desplazadas, dando paso a una nueva culturización de los géneros que garantiza su fructífera reciprocidad. En esta última secuencia del film la representación del espacio urbano se descubre como un espacio de flujos, definidor de la nueva formación espacial de la ciudad, de la modernidad —un espacio simbólico donde Teresa puede definir su subjetividad femenina. Es significativo destacar que desde un punto de vista simbólico, el enmarcado trasfondo “femenino” de las aguas del mar que inauguran el primer “retrato” de Teresa encuentran su correspondencia en la secuencia final que cierra el film con el trasfondo “femenino” del paisaje de la ciudad —en términos de Jung, la ciudad es un símbolo del principio femenino. (Cirlot, 1971: 49) Por ello, me atrevería a concluir que simbólicamente el film plasma una linealidad feminista en el complejo y evolutivo “viaje” de la mujer cubana, personificado en Teresa. Además, cabe destacar que el cuerpo de Teresa en el paisaje urbano es objeto de representación, tanto del film en un sentido obvio como del escenario público —una nueva mujer acaba de nacer, una mujer con su propia identidad sexual, independiente y activa, en combate contra los ideales machistas. Este nuevo espacio que pone fin a la narrativa, es un espacio que Teresa no ha penetrado antes. Aquí el espectador ve a Teresa por primera vez como un miembro libre, integrado en la sociedad moderna cubana, en contraposición con la Teresa del resto de la narrativa que se mueve circularmente entre los limítrofes del espacio privado-doméstico y el espacio público-laboral. En sus observaciones teóricas sobre una efectiva y revolucionaria política sexual, Lois M. Smith afirma: “Tal vez la empresa más provocativa de la política sexual revolucionaria fue la sugerencia de que las mujeres eran seres sexuales en su propio derecho. Nada podría oponerse más a las costumbres machistas que la noción de una mujer económicamente independiente, sexualmete activa e informada…”23. (1996: 23) Por último, Teresa se rebela contra los patrones establecidos de la feminidad; su independencia y emancipación han superado la estereotipada definición cultural de femme fatale y nos remiten, como el sutil análisis de este film, a la intersección del género con la cultura y el espacio de una Habana nueva, a los cambios postrevolucionarios que van acompañados de la modernidad —a una nueva y revolucionaria forma de representar y entender el género.
El film no presenta soluciones conclusivas, sino que deja un final abierto. De este final indefinido se deduce el compromiso y, a la vez, la habilidad de Pastor Vega en explorar la situación melodramática que circunda a los personajes protagonistas con la que el espectador medio se identifica. En esa búsqueda de empatía con el espectador tipo, Pastor Vega se queda corto al dejar su film con un final sin conclusiones revolucionarias. Pero hay que reconocer que Retrato de Teresa ofrece una revolucionaria estética femenina en el contexto cinematográfico cubano y latinoamericano también: un “retrato” liberador que se transplanta del margen al centro dentro de una Cuba nueva que autoriza una incipiente dialéctica entre los sexos.
Notas:
* Una versión ampliada de este artículo se publicó en Perfiles del feminismo Iberoamericano/2 (2004). Mi más sincero agradecimiento a The British Academy y The John Robertson Bequest, University of Glasgow, por las becas de investigación que me han concedido durante el desarrollo de este proyecto sobre cine cubano.
1 Cine de Liberación de Argentina lo constituían artistas que vieron el cine como un medio en la lucha popular por un cambio social radical entre 1968 y 1978 aproximadamente. Fernando Solanas y Octavio Getino representarían en Argentina —con La hora de los hornos (1968) y su tesis sobre el denominado Tercer Cine— los ejemplos más radicales de esa búsqueda, creando un cine militante y de oposición frente al imperialismo.
2 Cinema Novo brasileño estaba formado por cineastas que concibieron el cine como un instrumento para concientizar a las masas entre 1960 y 1970. Esta corriente reunía el crudo realismo de Pereira dos Santos, el barroco simbólico de Antonio das Mortes y de Glauber Rocha, sin olvidar a Joaquim Pedro de Andrade, entre otros.
3 Ambos movimientos formaron su imaginario del cine dominante de Hollywood, al que se opusieron por su artificialidad, y en el neorrealismo italiano, cuya carencia de claridad ideológica permitía en una expresión política como su transformación en melodrama conformista.
4 “If Perfect Cinema was technically ‘perfect’, expressing a conformist ideology in seemingly neutral forms by means of non-intrusive camerawork creating an illusion of the real, Imperfect Cinema on the other hand (taking its cue from Italian Neorealism, French New Wave and cinema verité) was creative, popular art challenging the mass culture of acquiescent consumption”. [Las traducciones de este artículo son de la autora]
5 “the objective was the progressive incorporation of the masses into the cultural life of the revolution, both quantitively and qualitatively”.
6 “The most revolutionary thing that the revolution is doing…is the revolution that is occurring amongst women”.
7 Aunque el ICAIC ya había lanzado films previamente que trataban la temática del género, como, por ejemplo, Lucía (Humberto Solás, 1968), De cierta manera (Sara Gómez, 1974), a diferencia de Retrato de Teresa, estos films vuelcan su énfasis en la dialéctica histórica y la interacción social entre los sexos; mientra el film de Pastor Vega ofrece una dialéctica psico-social entre los géneros. (Burton, 1981: 82)
8 “The construction...[of the] binary oppositions of gender help...to produce the hierarchies that systematically organise the opression of women”.
9 “Women can be free only to the extent that they commit themselves first and foremost to the Revolution”.
10 “ICAIC’s most controversial film in its 20 years of existence”.
11 “a sense of discontinuity with reality, as a pastiche rather than as a weave”.
12 “Women are objects not subjects of the gaze, their bodies erotized and fragmented”.
13 “Las mujeres sirven a la aparición de Dios, pero ellas mismas no aparecen como seres divinos. Como madres de Dios, como siervas del Señor, sí. Como consortes de Dios, como encarnación de la divinidad, no”. [Women serve the apparition of the god but do not appear themselves as divine. As mothers of God, as servants of the Lord, yes. As consorts of the god, as incarnations of the divinity]. (Irigaray, 1993: 106)
14 El término “retrato” es definido como una “representación del rostro o de la figura entera de una persona determinada mediante el dibujo, la pintura, o la escultura”. (Diccionario Planeta de la Lengua Española Usual, 1991)
15 “The word implies a passive (or at least stationary) subject, a certain possessiveness of vision, an interpretation as well as an association. It presupposes a portraitist and simultaneously implicates an undefined spectator”.
16 “as a subject in her right —but an object by which the patriarcal subject can define himself.”
17 “One part of a fragmented body destroys the Renaissance space, the illusion of depth demanded by the narrative; it gives flatness, the quality of a cut-out or icon, rather than verisimilitude, to the screen.” (Mulvey, 1989: 20).
18 “the bearer of meaning, not maker of meaning”.
19 “Representation of the world, like the world itself, is the work of men; they describe it from their own point of view, which they confuse with truth”.
20 a pattern or plan of forces which we can detect inside language [...], discerned as a kind of pulsional pressure within language itself, in tone, rhythm, the bodily and material mess of language but also in contradiction, meaninglessness, disruption, silence and absence”.
21“a tangled web of old and new”.
22 “La fortaleza con el nombre original de ‘Los Tres Reyes’ fue construida entre 1589 y 1610 aprox. según los planos del ingeniero militar Bautista Antonelli sobre la roca que lleva el nombre de ‘Morro’ en la entrada a la bahía y por ende al puerto de La Habana. Protegía a la ciudad de los numerosos ataques de piratas franceses, holandeses e ingleses. Armada con artillería pesada, entre otras con una batería de 12 cañones con el nombre de los 12 apóstoles, era considerada por 150 años como inexpugnable”. (7ª Bienal de La Habana, 2000-2001.
23 “Perhaps the most provocative venture of revolutionary sexual policy was the suggestion that women were sexual beings in their own right. Nothing could be more contrary to machista mores, than the notion of an economically independent, sexually active and informed woman...”.
Referencias:
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Dra. Brígida M. Pastor
Profesora Titular e Investigadora en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Glasgow. Su libro más reciente es Fashioning Cuban Feminism and Beyond (Nueva York: Peter Lang, 2003. RU.